Parte I. El Desfiladero de los Difuntos.

Capítulo I

Faltaba menos de una hora para que el sol se encontrara en lo más alto del firmamento, a pesar de ello, la enorme sábana de nubes plomizas apenas dejaban pasar la luz del astro. El grisáceo color de la piedra del Castillo de Arquedón presentaba su tono más oscuro y lúgubre, las antorchas que esclarecían la muralla y los pasajes de su entorno, apenas iluminaban las figuras de los hombres, que ataviados con trapos sucios y desgastados y pequeños bultos de enseres, se dirigían con prisas hacía la Puerta de Vitenia, situada en la parte norte de la fortaleza, junto a la herrería y disimulada bajo el molino de trigo. Era en ese enclave, y justo en la pequeña explanada que quedaba dibujada delante del molino, donde los últimos arquidianos por marchar, apenas unos cuatrocientos, y todos hombres adultos, se concentraban esperando las órdenes de los soldados que custodiaban la puerta.

La gran Arquedón tenía su triste destino escrito, era cuestión de horas, quizás de días, pero todos sabían que no había nada que hacer, que sucumbiría a manos del ejército de Krobac. La ciudad más importante al sur de las tierras de Neptadis estaba a punto de perder todo su esplendor. El primoroso trabajo de los talleres de artesanos la hicieron singular, pero han sido sus mercaderes los que han expandido su popularidad dentro del reino.

La mayoría de sus cinco mil habitantes ya habían huido a las montañas. Sólo quedaban los hombres adultos que resguardaban la reciente huída de sus familias. Mientras, en la torre norte, desde donde se podía divisar la entrada al Desfiladero de los Difuntos, única senda escapatoria para los arquidianos, se encontraba el Príncipe Ádamer, el mayor de los vástagos del Rey Trifuc, encomendado entonces en liderar el Consejo de Arquidón y preservar la justicia en la ciudad. Hacia sólo unos minutos que ocupaba su estancia, se encontraba sentado, frente a un papiro en el que empezó a escribir sobre el tablón de madera noble que dormía apoyada sobre dos bloques de piedra que hacia servir de mesa. Su figura delgada descansaba sobre un robusto banco fabricado con un tronco extraído del Bosque de Ules, una madera recia y difícil de conseguir, ya que aquellos que se adentraron en esas tierras y consiguieron volver, dicen haber sido atacados por una comunidad conocida, según la leyenda, como los Guidots. Una reducida raza de seres de aspecto humanoide y piel oscura. Parece ser que su estatura no supera el metro y medio y presentan extremidades musculosas. Comentan  algunas leyendas que tienen la cabeza proporcionalmente mayor a su cuerpo y engalanada por una larga melena negra recogida en trenza. Los escritos de los Grandes Maestres hablan sobre estas características y las recogen como resultado de vivir, cientos de años, en cuevas bajo el bosque.

Eran momentos de tristeza y añoranza, el príncipe abandonó por unos instantes la realidad que le envolvía y dejó al descubierto sus más profundos pensamientos, necesitaba expresar su sentir y confió en su pilar emocional de mayor fortaleza, su hermana.
           
Querida Briel, te hecho tanto de menos. Deseo tanto volver a verte. Todavía recuerdo el momento que vivimos aquel día gris lleno de sentimientos desapacibles, testigos de la mayor de nuestras tristezas. Apenas puedo controlar el temblor de mi mano al escribirte estas nostálgicas palabras de desasosiego.

Fue tan duro y aciago aquel momento de despedida entre nuestra madre y el gran Trifuc, Rey de todas la tierras gobernadas por los Gummins, el majestuoso guerrero uniformado para la mayor de las batallas, el monarca sabio y respetado por todos, el espejo en quien mirarme, el padre que, quince años después de nuestra marcha, todavía hecho de menos. Anhelo nuestro reencuentro con impaciencia. Todavía hoy, no puedo comprender, la fortaleza de mi madre en esa angustiosa despedida que viví junto con vosotros.

Debes saber que nuestros días se apagan, se consumen sin reparo, la oscuridad anula cualquier viso de luz que imaginemos, la guerra está perdida y si nuestro padre, junto con el Consejo de los Siete Pueblos, no lo evitan, el final de nuestra comunidad está a punto de llegar. Krobac está conquistando Neptadis desde el sur. Lumara ha sido devastada y arde en llamas. Sáfates  cayó hace tres lunas. Sus habitantes sufrieron el acero de las tropas de Krobac y apenas han sobrevivido un centenar, por suerte nuestro hermano Alos pudo escapar a las montañas. La ciudad ha quedado destruida por completo, ha sido desolador, nuestro rastreador llegó herido y nos informó, antes de perecer, de la tragedia que sufrió Sáfates. El ejército de nuestro enemigo se encuentra a menos de dos días de las murallas de Arquidón. Su marcha es lenta, ya que el terreno impide que sus arietes y catapultas avancen rápido. Estamos huyendo al norte de las montañas. Las mujeres, ancianos y niños, iniciaron el camino al alba. Nuestro hermano Alos se encuentra, junto con un reducido grupo de hombres, en la entrada del Desfiladero de los Difuntos, nos espera para dirigirnos a Cantec. Nuestra marcha es inmediata, el Consejo ha decidido no defender Arquidón. Las tropas de Krobac nos quintuplican en número y su devastadora artillería hará añicos nuestra muralla y de nada servirá nuestra inmejorable situación en la meseta. Me reuniré con Alos y nos dirigiremos a Cantec, donde los líderes de los siete pueblos nos reuniremos con nuestro padre.

Es tal la impaciencia por ver a nuestro padre, a pesar de estos duros y penosos momentos,  que no soy capaz de controlar mi serenidad, pero mi cometido me obliga a tomar decisiones sentidas y sosiegas y en estos momentos mi obligación es salvar el mayor número de vidas, debemos abandonar la ciudad y conseguir desplazar a los arquidianos hasta las Montañas de Norte. Nuestro cometido es difícil, pero no nos queda otra salida que cruzar el desfiladero, si queremos llegar a Cantec.

Querida hermana, te pido que sigas cuidando de nuestra madre y hermana, ahora más que nunca tienes que ser fuerte y no decaer.

Te quiere y te añora tú hermano, Ádamer.

El príncipe fue interrumpido por los golpes en la puerta de su estancia, un umbral de roble rojo que custodiaba sus aposentos. Ésta se encuentra situada en lo más alto de la torre este del Castillo de Arquedón, una habitación circular de unos treinta metros cuadrados vestida por dos delgadas ventanas de tres metros de altura que apenas dejaban pasar la poca luz del mediodía. La puerta, de nuevo sonó y ese momento de nostalgia quedó truncado. Al otro lado del aposento se encontraba esperando respuesta y permiso para entrar, Raudo, su más leal amigo y lugarteniente de todas las tropas arquidianas. Antes de darle permiso para entrar, Ádamer, enrolló el trozo de papiro rectangular, lo ató con una cuerda de tendón de ciervo y lo depositó en la mesa realizando un suspiro que le permitiera abandonar ese estado de lejanía de la realidad en el que se encontraba. La expulsión de aire le permitió evadirse por completo de lo vivido unos minutos antes y con voz aguerrida y firme se dirigió a la entrada de la habitación.

 - Pasa Raudo, voceó con fuerza.

El noble jefe y amigo del príncipe entró en la habitación. De manera pausada la cruzó y se dirigió hacia su persona.

- Señor, las tropas se encuentran en la plaza del mercado como pediste. Hemos abandonado todas las posiciones. Nuestro vigía acaba de llegar, las tropas de Krobac avanzan por el camino de la cara sur. Están a medio día de distancia, al atardecer se posicionarán frente a la muralla de la ciudad. Demos marchar ya, los últimos ciudadanos esperan en la entrada del molino para salir de la fortaleza. Espero tus órdenes para abandonar la ciudad.

Ádamer, asintió con la cabeza. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Le apenaba la idea de no quedarse a luchar y defender Arquedón. Pero la decisión del Consejo fue unánime; “No podemos permitir más muertes, debemos abandonar la ciudad”. Tras unos segundos de pausa, se giró, miró a Raudo y le comunicó las órdenes.

- Querido amigo, antes de marchar, debo pedirte un último favor, debo enviar a mi mejor hombre a Ífotes, su misión es entregar en mano esta misiva a mi hermana Briel. Sé que el cometido es peligroso y no falto de peligros, por eso debe de ser el mejor. Te llevará varias lunas, pero mi hermana debe recibir estas noticias, debes partir antes de que las tropas lleguen a Arquidón.

- Así se hará mi señor, esta carta llegará a manos de tú hermana, contestó Raudo.

La sola idea de volver a ver a Briel, estremecía a Raudo, habían pasado quince años desde la última vez que se vio con su amada. Él prometió volver y ahora el destino le brindaba la oportunidad de encontrase de nuevo.

Su amor nació cuando apenas eran unos adolescentes. Raudo acudía a menudo el Castillo de Ífotes, ya que acompañaba a su padre, Zoilán el Herrero, en las visitas que realizaba a la fortaleza para la entrega de las armas encargadas por el Rey. Raudo, Ádamer y Briel aprovechaban estas visitas para adentrarse en los aledaños del castillo. En la mayoría de estas ocasiones, Ádamer se divertía imaginando ser el gran jefe de un ejército de fuertes y rudos soldados que luchaban contra todo animal pequeño que se cruzaba en su camino. Mientras Raudo prefería pasar el mayor tiempo posible junto a Briel, contando y escuchando crónicas y fábulas ancestrales. Su vínculo y complicidad con la hermana del príncipe crecía cada nuevo día que pasaban juntos, ambos se impacientaban cuando se acercaba el día de la visita al castillo de Zoilán, la espera era interminable, pero siempre llegaba. Pero fue aquella primavera del año quince después del nacimiento del nuevo astro, cuando su amor se germinó.

Raudo y su padre se levantaron temprano, como en otras ocasiones que visitaban palacio. Su trayecto les llevaba unas cinco horas de camino ya que vivían en las afueras de Ífotes, al pie del Bosque de las Sombras, a unas diez leguas de distancia, junto al camino que unía la capital con Síloc. Residían en una pequeña y acogedora casa flanqueada por un pequeño río que les abastecía de agua suficiente para su consumo y el de unas pocas bestias que poseían. Zoilán adquirió esta alquería hace siete años, cuando perdió a su amada. Entonces vivían los tres en una casa situada en el recinto de la fortaleza de Ífotes, junto al mercado. Ese año unas fiebres venidas del este, trajeron dolor y pena a toda la región. Muchas fueron las muertes, entre ellas la de la madre de Raudo. Fue entonces cuando Zoilán decidió marchar y empezar de nuevo lejos de la multitud y el gentío de Ífotes.

Padre e hijo comenzaron a cargar el carro con las armas fabricadas, apenas cruzaban unas pocas palabras sobre donde colocarlas y como sujetarlas, la gélida brisa matinal les arrebataba toda gana de conversar. El estibo de las armas en el carro duró una media hora. Raudo, se mostraba nervioso y con ganas de partir hacia Ífotes, sólo pensar en encontrarse de nuevo con Briel después de varios meses, le aceleraba el corazón.

Este pedido era muy especial para Zoilán ya que el Rey Trifut le encargó justo antes de empezar el invierno la fabricación de un objeto que fuera único, un arma que protegiera la corona y todo lo que representaba. Un elemento que tuviera el poder de unir a todas las regiones ante las adversidades y que identificara a todos los pueblos como uno sólo.

Zoilán se tomó esta petición del Rey como el mayor de sus retos y cierto hormigueo recorría por su cuerpo al pensar en el momento de entregar este encargo. No quería defraudar a Trifut.

Raudo acabó de cargar en el carro las últimas armas que quedaban; Una treintena de espadas de acero templado de noventa centímetros, de afilada hoja grabada con motivos bélicos y de empuñadura envuelta de piel de animal que ofrecía una sujeción mayor. Un arma forjada especialmente para la guardia del Rey. Así como una docena de martillos de guerra de mango corto, diseñadas para destrozar corazas enemigas.

El joven Raudo subió al carruaje y esperó mientras su padre cerraba la casa. Pasaron diez minutos y su intranquilidad por marchar crecía, pero fue entonces cuando su padre abandonó la armería, un pequeño habitáculo de veinte metros cuadrados contiguo a la casa, con un objeto envuelto en una manta. Por lo que podía intuir se asemejaba a un objeto de forma circular de unos cincuenta a sesenta centímetros de diámetro. Raudo prefirió no preguntarle entonces por el contenido de la manta, ya que deseaba marchar para Ífotes cuanto antes y pensó que podría hacerlo más adelante ya que el viaje les llevaría unas cuantas horas.

Zoilán subió al carro, miró a su hijo y le dirigió una sonrisa. Raudo le correspondió con una mirada de complicidad y le apremió por partir.

- Vamos padre, el camino es largo y no debemos demorar más.

- Tienes razón, Raudo, llevamos en el carro todos los encargos de nuestro Rey y hoy es día que nos espera, marchemos entonces.

Zoilán gritó enérgicamente a los caballos y éste arrancó firme y constante hacia el camino de Ífotes.

Habían pasado unos cuarenta y cinco minutos desde que iniciaron la marcha. A lo lejos ya divisaban el final de la arbolada que rodeaba la senda que unía sus tierras con el camino de Ífotes, una calzada de tierra que unía Siloc con Ífotes. Raudo conocía perfectamente cada palmo de este terreno ya que durante años se adentró junto a su padre para cazar.

Transcurridos unos minutos llegaron a la confluencia del sendero, al norte se encontraba Siloc y al sur, su destino, la capital del imperio, Ífotes. Zoilán paró el carro y entregó las riendas a su hijo, éste las aceptó gustosamente y tras unos segundos de espera tiró de los caballos que arrancaron hacía Ífotes.

Apenas habían recorrido unos escasos metros cuando Raudo se giró suavemente hacia atrás. Miró, y alejándose, al ritmo lento del carruaje, observó el majestuoso valle que le había convertido en un joven apuesto y valiente. Llegó a esas tierras siendo sólo un niño de diez años y ahora se encontraba a las puertas de un futuro impensado de un alto nivel de madurez.

El cielo despejado permitía al Sol cubrir el camino y sus bordes de manera esplendorosa, casi deslumbrante. Esto permitía a los viajeros disfrutar de un tiempo cálido para la estación en la que se encontraban. Apenas hacía unos pocos días que el invierno había marchado y la vegetación apenas mostraba una incipiente floración.

Durante la siguiente hora, el trayecto fue tranquilo y plácido, padre e hijo, conversaron sobre la vuelta a Ífotes. Ambos anhelaban volver a la capital después de varios meses en el valle, aunque por motivos muy diferentes.

Durante un rato, el silencio se apoderó de la travesía. Cada uno de ellos se adentró en sus pensamientos más profundos. La marcha continuó sin intercambio de palabras durante varios minutos. Sólo el zumbido de los árboles, agitados por una suave brisa, alteraba ese momento de calma.

Fue entonces cuando Raudo dejó aplazados sus raciocinios más íntimos para recuperar esos instantes anteriores de diálogo con su padre.

- Padre, tengo algunas dudas que me rondan la cabeza desde hace tiempo, ¿me permitís preguntaros sobre ellas?

Zoilán, sonrió y pensó que era inevitable rehuir la conversación que se avecinaba. Hacía meses que esperaba que Raudo le preguntara por algunos hechos sucedidos antes del inicio del invierno.

- Querido hijo, se que tienes preguntas que hacerme y si no lo has hecho hasta es por el respeto que me tienes. Siempre has confiado en mí y nunca has cuestionado mis actos. No en vano, tu mocedad te ha permito crecer ajeno a los acontecimientos que nos rodeaban. Debes perdonarme si he errado al no contarte nada hasta ahora, pero lo he hecho para protegerte, pero sobre todo para prepararte, durante estos años, para este momento.

- Perdona padre, pero es que yo, no sé cómo, es que no entiendo nada…

- Déjame Raudo, permíteme que te explique. Quiero que pongas atención, que escuches con detalle lo que voy a contarte.

- Bien padre, pero empiece ya porque me tiene intrigado.

Una breve sonrisa emergió de Zoilán y buscando la complicidad de su vástago, colocó su mano sobre su hombro.

- Hijo, acabas de cumplir diecisietes años y ya tienes edad suficiente para saber lo que te depara el destino, tu futuro está escrito y debes estar preparado para afrontarlo con valentía y entereza.

Cuando lleguemos a Ífotes, te presentarás ante el Rey. Trifut te pedirá que renuncies a aquellas cosas que más anhelas. Te encomendará en una misión de lealtad, honorabilidad y responsabilidad, un cometido digno de orgullo de cualquier padre.

El encargo de Trifut será vital para lograr contrarrestar el avance de nuestros enemigos.

Raudo tiró bruscamente de las riendas y los dos caballos frenaron el carro. Miró con perplejidad a su padre e interrumpió la narración.

- ¿Misión?, ¿enemigos?, pero si hace años que acabaron las guerras. Tú mismo me has explicado que las batallas acabaron hace tiempo. Desde que el Rey Trifut fue coronado, todas las comunidades vivimos en paz.

- Tienes razón Raudo, hace años que aquellas luchas finalizaron. Krobac fue derrotado y expulsado de las tierras del Norte. Pero como ya te he explicado en anteriores ocasiones, él y su ejército pudieron escapar al Sur, concretamente se refugiaron en la Montaña Prohibida. Fue la Reina Dábadis la que ordenó sellar la Puerta de de la Luz, única vía de entrada y salida de la montaña. Trifut y yo mismo, presenciamos como cerraban el umbral. Se transportaron, desde Lumara, veinte carros con piedra caliza que anuló hasta el último hilo de luz que traspasaba el pórtico. Desde entonces, esa puerta ha permanecido cerrada.

Raudo, a pesar de la explicación, seguía desorientado y el desconcierto continuaba rondando por su cabeza. A pesar de ello, prefería no interrumpir a su padre y continuar escuchando la explicación.

2 comentarios:

  1. Prometedor, tiene buena pinta tu historia.
    Enhorabuena.

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    Respuestas
    1. Agradezco tú comentario y me alegra que te guste. Espero que el segundo capítulo que comienza a profundizar en la historia tambien se encuentre a la altura.
      Adelantarte que esta semana subiré el tercer capítulo, así que espero haberte enganchado con Neptadis.

      Saludos

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21 de septiembre de 2012.
Subido el tercer capítulo


12 de julio de 2012.
Actualizado el segundo capítulo.
Al final del capitulo, encontraréis en color verde el nuevo párrafo.

10 de julio de 2012.
Nueva sección: Época.
Aquí teneis una linea del tiempo de Neptadis.

9 de julio de 2012.
Subido el segundo capítulo.

6 de julio de 2012.
Nueva sección: Personajes.
Descubre a cada uno de los personajes que intervienen en la novela.

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